Serie de doce capítulos que indaga el cambio de modelo productivo por el cual la antigua fábrica de tabacos se convirtió en el actual Centro Internacional de Cultura Contemporánea. Al acecho, dos grandes interrogantes: ¿qué necesitamos del pasado cuando se trata de trabajo? y ¿cómo y desde dónde se puede hablar de memoria?
Tabakalera encarna estas y otras muchas cuestiones, sin perjuicio de las cuales ha destinado un pequeño espacio, la Bodega, en el que se expondrá la serie completa a modo de instalación audiovisual, añadiéndose un nuevo capítulo a mediados de cada mes, hasta septiembre de 2016. El proyecto se acompañará con un programa paralelo de actividades públicas.
SEGUNDO CAPÍTULO: Impresión de conjunto, impresión de soledad
No acaba de dejarme. Pero yo he tomado ciertas precauciones. Doné sus fotos, las fotos en las que sale “él”, a un centro dedicado a la conservación de la vieja usanza, un geriátrico de hábitos abandonados y costumbres venidas a menos. No es que quiera olvidarle por completo. Simplemente necesito distancia. Me basta con la indiferencia que otorga una bonita vitrina. Y en su interior, una detrás de otra, en hileras, en combinaciones de cuatro, en grupos o como se quiera, sus fotos, sus imágenes, repartiéndose lo horrible y lo hermoso por entre categorías obsoletas.
Me dice un catalogador de analogías perdidas que el centro abre de martes a domingo y que la gente, cuando se halla frente a las viejas costumbres, expuestas en esas vitrinas como sardinas a la parrilla, reacciona con sádica nostalgia.
Sádica nostalgia. ¿Qué es?
Una especialista alemana en “sentimientos encontrados” me aclara esta cuestión. La nostalgia sádica surge de la imposibilidad de concebir el pasado si no es a modo de conjunto de elementos hacinados unos con otros, como en un puesto ferial de tiro al pato. Die sadistische Nostalgie vergegenwärtigt die Vergangenheit durch das Visier des Scharfschützengewehrs. (“La nostalgia sádica rememora el pasado a través de la mira de un fusil”).
Godard, vía Jean Pierre Léaud en La Chinoise, dijo que Lumière fue, quizás, “el último pintor impresionista”. Como tantas otras veces, Godard pesca en mar abierto con red de arrastre. Los obreros que salen de la fábrica en la famosa imagen iniciadora de la historia del cine no es que se conviertan en actores, como señaló Didi-Huberman, pasan a ser pinceladas de impresión. Presos de una impresión de conjunto en relación inversamente proporcional a la impresión de soledad de quien les observa. Rear Window. Sádica impresión.
Con todo, nada en la vida es nunca exactamente así. Tampoco esto. Al fin y al cabo, hablamos de impresiones, es decir, de un facto, un efecto y un afecto en la forma conjunta de un golpe. Una experiencia del encuentro que marcha siempre al ritmo de una batuta ciertamente ilusoria. Así, los modos que acompañan toda impresión y por los cuales nos sentimos en soledad en relación a un grupo que concebimos compacto (o nos sentimos en grupo en relación a un otro que percibimos en soledad) suponen una operación de cautela no ya tanto para con ese otro al cual constituir (o instituir) en algún grado de proximidad (una distancia), sino para con nuestra propia posición en el entramado siempre complejo de la vivencia. Creer para ver. Querer para vivir.
Segundo capítulo de esta serie que se se expone a modo de instalación audiovisual, añadiéndose un capítulo a mediados de cada mes, desde la inauguración el 11 de septiembre de 2015 hasta septiembre de 2016.