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Octavo capítulo de la serie de 12 que indaga el cambio de modelo productivo por el cual la antigua fábrica de Tabacalera se convirtió en el actual Centro de Cultura Internacional. Al acecho, dos grandes interrogantes: ¿qué necesitamos del pasado cuando se trata de trabajo? y ¿cómo y desde dónde se puede hablar de memoria?

Tabakalera encarna estas y otras muchas cuestiones, sin perjuicio de las cuales ha destinado un pequeño espacio en el centro, la Bodega, en el que la serie se expondrá a modo de instalación audiovisual, añadiéndose un capítulo a mediados de cada mes, desde la inauguración el 11 de septiembre de 2015 hasta septiembre de 2016. El proyecto se acompaña con un programa paralelo de actividades públicas.

 

Capítulo 8 (24'47'' ) - ACTIVIDADES CULTURALES

 

Basé el personaje de la directora teatral en una directora de teatro real que conocí por casualidad a principios de los años noventa. Yo trabajaba por entonces en la fábrica. Ella apareció por mi sala la mañana de un lunes acompañada del director y del concejal de cultura. Era polaca. Hablaba castellano y algo de euskera, lo cual me maravilló y me hizo sentirme en comparación, como de costumbre, muy pequeñita. Tenía ojos de escapada. Se la veía, eso sí, inteligente y estupenda y cuando digo estupenda entendedlo en lo que realmente afirma la espléndida sonoridad de la palabra: ella se movía felizmente por el espacio como si el espacio entero se ajustara cual molde a su cuerpo. Nada parecía entorpecerla, obstruirla, ofuscarla. Era tal su convencimiento y la naturalidad con la que este se deslizaba a través de sus palabras, que tras ella volaba un grupo absorto de trabajadoras. Nos invitó a participar en un proyecto artístico. No me apunté.

La empresa estaba detrás de la iniciativa y ofreció facilidades y ventajas laborales a quienes acudieran a los ensayos, frente a lo cual yo opté por fumarme calmosamente un cigarrillo detrás de otro. Poco tiempo antes había surgido de la nada y ex-profeso un nuevo departamento, «Actividades Culturales», cuyo capitoste a cargo afirmaba sin embargo que era de los más antiguos de la empresa. “Lo inauguró un mes de enero de 1943 la mismísima Pilar Primo de Rivera”, alardeaba el muy idiota, como si con ello se significara. Más tarde me enteré de que la orden de incentivar al personal con actividades culturales procedía de Madrid. De hecho no fue una cuestión puntual. Por aquel entonces Madrid bombardeaba constantemente con intenciones aparentemente simpáticas. Había, según nos chivaron, un propósito firme de enmienda respecto a la época endrina de las triangulares falangistas. Los políticos (y no solo los de Madrid) hablaban a menudo de «restitución cultural», de «iniciativa cultural», de «proyecto cultural» y alguno que otro, quizás sobrepasado por la euforia y la exaltación, incluso de «democracia cultural». El término «cultura» no era de adarga antigua pero tenía la virtud de parecerlo. Valor oro de la cultura. Y consiguiente fiebre, cual mucamo enaltecido de un nuevo potosí. A lo largo de la década la consigna se hizo más expeditiva, se especializó. Trabajar, como de costumbre, cansaba, pero la novedad entonces fue pretender que al menos una se cansara contenta de hacerlo, a través de toda esa panoplia de oportunidades culturales, algunas tan ridículas que no hizo falta que el tiempo las pusiera en su sitio, como aquella ingeniosa idea de llenar la sala de trabajo con imágenes de playas del Mediterráneo. Se repartieron bonos de descuento para sesiones de aeróbic - un concepto que iría a fundar, tras internet, la segunda revolución cultural del siglo que comenzaría años más tarde -. Y se organizó algún evento artístico como el que vino a desarrollar la directora de teatro polaca. Poco a poco la familia de la cultura, esa gran bata de cola que, acoplada al término, arrastraba y arramplaba con lo que topara en su camino, indiferentemente, como una aspiradora, como los bajos de un pantalón de campana, se lo fue zampando todo, la casa, el trabajo, la ciudad, nuestras vidas, nuestros amores, nuestros tiempos, todo, con la voracidad propia de un régimen financiero, hasta convertirse en un término modélico para las convenientes reconversiones, que fueron muchas aquellos años y aún se multiplicaron larga, ampliamente, cual panes y peces. Como señala Oskar Negt, la cultura se convirtió en una práctica mágica, la piedra filosofal de una particular alquimia fin de siècle. Todo lo que tocaba se metamorfoseaba en algo de una importancia rimbombante. «Si por ejemplo se hablaba de cultura empresarial, el lucro dejaba de ser algo mezquino, para convertirse en fenómeno cultural de máxima categoría». Valor blanqueador de la cultura.

Estos suaves atardeceres culturales, tras una jornada de labor, debían aportarnos la elevada y distinguida motivación que nos era suprimida por el sistema de producción industrial, es decir, se entendía como un complemento extraordinario que suplía cual relleno lo que de nosotras minaba y destruía la plusvalía que generaba nuestro trabajo, que nos era sustraída y que nos correspondía por justicia cósmica. O, en términos estrictamente corporales, debía revocar a nuestro favor, ya fuera tan solo de manera simbólica, la diaria disponibilidad y disposición efectiva de nuestros cuerpos en representación y para satisfacción económica de otros, que durante el jornal nuestros cuerpos no nos pertenecieran, o nos pertenecieran confusamente, de acuerdo a la expropiación concreta y telemática en que consistía el trabajo asalariado, eso debía revocar. Paradójicamente a lo que se nos animaba en la forma de incentivo cultural era a participar en nuevos procedimientos de expropiación, que nuestros cuerpos, de nuevo, obraran para otros, les fueran entregados a otros. Si por la mañana donábamos nuestro cuerpo a la fábrica, por la tarde lo donábamos a una película, a una obra de teatro, a una performance, o, lo que acabó haciéndose más frecuente, a un centro comercial, a un gimnasio o a una sala de Pilates.

Descripción Corta

Octavo capítulo de la serie que indaga el cambio de modelo productivo por el cual la antigua fábrica de tabacos se convirtió en el actual Centro Internacional de Cultura Contemporánea.

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