Drift, Helena Wittmann, Alemania, 2017, 98'
Primer referencia: en 1967, el director de cine experimental canadiense Michael Snow presentaba una de sus películas más célebres, Wavelength, un zoom de cuarenta minutos que mostraba en su primera imagen la vista general de un loft de Nueva York, y que poco a poco iba acercándose en modo zoom muy lento hasta una de las fotografías pegadas en la pared del apartamento, para descubrir, acompañado de una misteriosa banda de sonido futurista y electrónica, la imagen del océano.
Segunda referencia, en este caso, en forma de cita:
“Nunca hasta entonces había sentido yo como ahora esa gigantesca presencia, ese silencio poderoso e intransigente, esa fuerza secreta que animaba regularmente las olas. Inmóvil, la mirada fija, me perdía en un universo de inercia hasta entonces desconocido, me deslizaba por una pendiente irresistible, me identificaba con ese coloso fluido y mudo, como si le hubiese perdonado todo, sin el menor esfuerzo, sin una palabra, sin un pensamiento”.
Esta segunda descripción-imagen de un océano corresponde al final de la novela de ciencia ficción Solaris, publicada en 1961 por el escritor polaco Stanislav Lem, y más tarde adaptada al cine por Tarkovski (1972) y Steven Soderbergh (2002).
Estas dos referencias formales y acuáticas de los años sesenta pueden ayudarnos a entender la verdadera dimensión de la película que hoy presentamos, el primer largometraje de la directora alemana Helena Wittmann.
Dos mujeres pasan un fin de semana juntas cerca del mar: pasean, charlan sobre el futuro y las previsiones meteorológicas, meriendan en una cafetería, despiertan en una habitación de hotel... Una de ellas está a punto de regresar a Argentina, todo esto podría ser parte de una despedida. Es entonces cuando, como si de un zoom acercándose poco a poco a la verdadera historia que se oculta tras esas primeras imágenes se tratara, el mar lo toma todo. Un velero cruza el océano atlántico y nunca en una película el mar tuvo tanta fuerza como en esta propuesta: la tierra desaparece, una ola sigue a la otra, el cielo y el agua se funden, y dan paso a una vista que podría ser la de un planeta desconocido, un planeta acuático con sus propias reglas y ritmos. El mar toma completamente la narración y el sonido, y de lo que se trata, y esto es un consejo para nuestros espectadores, es de dejarse llevar.
A veces el cine propone experiencias -perceptivas, estéticas y vitales- que van más allá de la narrativa convencional. A veces el cine ofrece espacio y tiempo para que algo extraordinario suceda en la pantalla. Es cuando recuperamos la cita de Stanislav Lem, que de manera sorprendente y precisa sirve como manual de instrucciones para el espectador de esta propuesta fílmica: “Inmóvil, la mirada fija, me perdía en un universo de inercia hasta entonces desconocido, me deslizaba por una pendiente irresistible, me identificaba con ese coloso fluido y mudo, como si le hubiese perdonado todo, sin el menor esfuerzo, sin una palabra, sin un pensamiento”. Esto es dejarse llevar, perderse. Esto es entrar en esta película sin ningún pensamiento preconcebido, entregarse. Arrojarse al cine. Zambullirse. Sin miedo. El cine y su historia también se componen de experiencias y propuestas de este tipo.
Los verdaderos viajes y películas nos cambian por dentro, he ahí su esencia. Y es la pregunta que podemos hacernos al salir de esta sesión de cine: ¿Hemos cambiado? ¿En qué hemos cambiado? Después podemos pasear hasta el mar cantábrico de nuestra ciudad y seguir buscando.
Estrenada en la Semana de la Crítica de la Mostra de Venecia, Mención Especial del Jurado en Zinebi Bilbao y recién proyectada en la sección Bright Future del Festival Internacional de Cine de Rotterdam 2018.
Queremos agradecer al festival ZINEBI Bilbao la cesión de los subtítulos de esta sesión.
El primer largometraje de la directora alemana Helena Wittmann. En diálogo con Andréi Tarkovski.