Iñigo Salaberria ha sido uno de los artistas de vídeo más importantes de su generación, con una carrera intermitente, pero al mismo tiempo sostenida con tesón desde los años ochenta hasta nuestros días.
Tras estudiar Historia y Estética Cinematográfica en las universidades de Valladolid y París III, fue en los años 1984 y 1985 cuando tuvo su primer contacto con el videoarte a través de los cursos de vídeo del American Center de París, donde trabajó como asistente técnico en los talleres de artistas tan reconocidos e influyentes como Michel Jaffrennou, Joan Logue, William Wegman o Ken Feingold.
Perteneciente a la segunda generación del videoarte español, Salaberria desarrolló una obra extremadamente coherente, que siempre se caracterizó por el interés en dotarse de una mirada propia, detallista y reflexiva, siempre muy atenta a los cambios perceptivos, y que claramente entroncaba con esa tradición del audiovisual experimental más centrada en los aspectos fenomenológicos de la imagen. Su trabajo audiovisual desde el mismo comienzo se caracterizó por un acusado talante contemplativo: este trabajo se basó fundamentalmente en el desarrollo de una mirada observadora y penetrante, que buscaba trascender la mera apariencia de lo visible. Sin embargo, dentro de esa coherencia a la que nos hemos referido, si miramos con más detalle en su trabajo podemos advertir una serie de miradas sutilmente diversas, que en conjunto constituyen el retrato de un artista poliédrico y complejo.
Así, en el visionado cronológico de sus cintas, el espectador puede asistir a la transformación y al crecimiento de una mirada que en un comienzo parte casi de las premisas de la pintura impresionista (en obras como Quai de Javel [1984], Caliza [1985] o Disdirak [1992]), para después alimentarse de una observación más compleja que oscila entre la del viajero romántico o la del etnógrafo experimental, en obras como La noche navegable (1993) o Benarés-Sanganer (1999), para finalmente llegar a identificarse con la figura del cazador solitario, o el francotirador que acecha en la noche, en trabajos que constituyen lo que él mismo denominó su “Trilogía nocturna”, formada por Las horas contadas (2010), filmada en China; Luz a la deriva (2015), en Islandia, y Lo ibiltariak, en Japón. Todo ello culmina en Rijeka (2019), su última obra finalizada, y que fue grabada en Croacia. Pero también merece la pena destacar el papel conclusivo que ha tenido la recopilación final de imágenes de sus viejos Súper-8, que a modo de testamento visual ha sido correalizada recientemente con la cineasta Maria Elorza, bajo el título On the Water’s Edge: Filmworks 1984-1988 (2022).
Gabriel Villota Toyos
Profesor e investigador de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU)