La mujer rubia, Lucrecia Martel, Argentina-España-Francia-Italia, 2008, 87’
El título argentino de esta película es La mujer sin cabeza. Comencemos por esa cabeza desaparecida por lo tanto: Vero es una mujer en la cincuentena, de clase acomodada, que conduce su coche por una carretera en mitad del campo. Es cuando sucede un accidente y cuando se activan todos los mecanismos de defensa y ocultación de Vero y de todo su entorno. Así comienza este relato, este descenso, esta crónica de los miedos que nos rodean y que nos conforman. Lo que sigue es un estado de confusión total: tanto visual (otra vez Martel jugando con el fuera de campo, con los desenfoques, con los sonidos lejanos), como cotidiano: no se trata tanto de hacer juegos de psicología sino de seguir al personaje en su día a día, en sus rutinas, en sus acciones más simples, pues es ahí donde pueda ocultarse la entrada al abismo.
Una vez más, la directora explora un entorno social cerrado -la familia- y enfrenta al personaje con esa construcción. Al mismo tiempo, la forma de la película -alterada, hipersensible, temblorosa, distorsionada- acompaña al relato y a los personajes sin necesidad de conclusiones fáciles ni juicios previos. Se trata de explorar, de desentrañar significados ocultos, de escuchar qué pasa al otro lado, dentro, muy dentro, de esa cabeza rubia desaparecida.
La película, también coproducida por El Deseo, fue estrenada en la Sección Oficial del Festival de Cannes.
Una vez más, Lucrecia Martel explora un entorno social cerrado -la familia- y enfrenta al personaje con esa construcción. Al mismo tiempo, la forma de la película -alterada, hipersensible, temblorosa, distorsionada- acompaña al relato y a los personajes sin necesidad de conclusiones fáciles ni juicios previos.