La exposición, comisariada por Laura Vallés Vílchez, se centra en un nueva generación de escultoras.
A partir de un desplazamiento de la práctica escultórica hacia la noción del cuerpo en los mundos humano, animal y maquínico, Larruak eta izurrak despliega una pluralidad de esculturas, instalaciones y dispositivos que recuperan, tras décadas de desapego histórico, el arraigo por el tacto como caricia o como formalización de una pulsión. La incomprensión, la apatía y desavenencia de las violencias del complejo mundo que habitamos urgen otras formas de aprendizaje, discernimiento y colaboración.
El cuidado y la violencia, inherentes a las lógicas de la escultura, se hacen visibles en esta ocasión como formas de parentesco a través del metal, el hormigón, la resina, la lana de oveja, el polvo de sangre, la caseína, el cristal o la piel. A través de estas materias vibrantes, Nora Aurrekoetxea, June Crespo, Yael Davids, Iman Issa, Sahatsa Jauregi · Tripak, Kimia Kamvari y Lúcia Koch sopesan el compromiso con el conocimiento más allá del medio, más allá de la autoridad del saber disciplinar.
Cada vez resulta más indiscutible que el conocimiento disciplinar adolece del enfoque holístico que, por el contrario, una multiplicidad de facultades o enseñanzas dentro de un campo proporciona cuando se suman. Originalmente empleado en el campo de la antropología y posteriormente en el de la etnografía, este método poliédrico que atiende a múltiples habilidades y experiencias facilita una toma de posición.
En este sentido, las artistas plantean una forma de cultivarse curiosa, cuidadosa y placentera en la que la forma no anteceda a la materia con el fin de hacer a los diversos públicos de Tabakalera partícipes de la exposición mediante propuestas de colaboración con coreógrafas, cineastas y pedagogas. Por su naturaleza participativa, Larruak eta izurrak construye, en definitiva, imaginarios y promueve otros códigos de aprendizaje afectivos y atentos al contexto de Tabakalera.
Laura Vallés Vílchez