La inteligencia ha sido pensada como un atributo exclusivamente humano que justifica nuestra superioridad sobre otras especies. Por ello, la fascinación por las máquinas inteligentes suele ir acompañada de sentimientos de sospecha y amenaza, como muestran las polémicas recientes en torno a los modelos de lenguaje extenso, de los que se llegó a afirmar que tenían alma. El miedo a una I.A. autoconsciente está alimentado por falacias antropocéntricas y narrativas transhumanistas; sin embargo, en lugar de oponernos a una posible artificialización de la inteligencia, debemos asumir que nuestra propia inteligencia siempre ha sido artificial. Filósofos y neurocientíficos como Andy Clark aseguran que los humanos somos cíborgs o “simbiontes humano-técnicos” cuyos procesos cognitivos se extienden a través de artefactos culturales y dispositivos tecnológicos. Desde esta perspectiva, la inteligencia no es un atributo individual sino un proceso distribuido entre humanos, organismos biológicos y sistemas técnicos, que conforman lo que Katherine Hayles ha llamado “cognosfera”. Los comportamientos inteligentes parecen darse en todas las escalas, desde lo molecular (que tiende a organizarse espontáneamente en estructuras complejas) hasta lo planetario (que constituye un sistema único autorregulado). Por lo tanto, la inteligencia está en todas partes aunque de formas extrañas; una extrañeza que Freud calificaría de inquietante y traumática, y cuya herida al narcisismo de la humanidad podría abrir nuevos horizontes posthumanos.
Conferencia de Toni Navarro dentro de IMMATERIAL 2024 Artea eta Teknologia Festibala