Frente a los sendos reconocimientos cosechados por cineastas como Cristian Mungiu, Cristi Puiu o incluso Radu Muntean, los primeros pasos de Radu Jude comienzan operando en los confines del escaparate internacional.
Aunque podrían trazarse conexiones e ideas comunes entre todos los cineastas, las obras de cada uno de ellos orbitan de forma arrítmica. En el caso de Jude el abismo se acentúa, puesto que, si bien el resto de los realizadores conservan un patrón estético a lo largo de su filmografía, el reciente ganador del Oso de Oro de Berlín es, manifiestamente, el más poliédrico de todos. Su experimentación en las formas (extrapolable incluso a la unidad película) y su perfil de investigador, componen un puzzle que difícilmente dará una sola imagen capaz de sintetizar toda su obra.
Símbolo de su inquietud ha sido su aterrizaje en Tabakalera para completar una estancia de cuatro semanas en el contexto de la iniciativa ‘Cineastas en residencia’ de Elías Querejeta Zine Eskola, programa que aúna el apoyo a los proyectos de las y los realizadores invitados con la creación de un espacio de intercambio práctico y teórico con el alumnado del centro.
A lo largo de su estancia, Radu Jude ha compartido con las y los estudiantes el progreso de la nueva película que rodará a mediados de año, ha organizado un seminario en torno a los dilemas a los que se enfrenta el cine cuando aborda cuestiones relacionadas con la memoria histórica y ha propuesto un inicio de desarrollo de varias piezas cortas basadas en adaptaciones de textos de Thomas Bernhard y Antón Chéjov.
A su vez, en la pantalla compartida de Tabakalera han podido verse su primera y última obra a través de los ciclos Zinemaldia + PLUS y Cine Hablado, iniciativa del programa audiovisual de Tabakalera donde los y las cineastas invitadas cuentan sus procesos creativos en la propia sala de cine. Así se ha completado un viaje desde sus inicios hasta su éxito más reciente, mostrando sus habilidosos retratos de la Historia nacional, lúdicos juegos que emparejan el pasado con el presente y viceversa, conectando la Rumanía actual con episodios del pasado que el relato oficial desearía ocultar.
En una conversación con él, antes de la presentación de su ópera prima Cea mai fericită fată din lume (La chica más feliz del mundo), pseudodrama neorrealista de la época post-Ceaușescu, me contó que hacía tiempo que tenía la sensación de estar viviendo las cosas dos veces, generándole episodios de desencanto y hastío. Quizá sea esa resistencia al conformismo o la rutina la esencia de las infinitas formas que su zigzagueante cine esconde. Esa que no deja lugar a una definición única.
Irati Crespo