Desde hace años, Arquitectura: Lenguajes Fímicos viene produciendo una serie de encuentros con pensadores y pensadoras locales e internacionales –que se acompañan de proyecciones de películas que estos mismos autores proponen–, con la intención de generar un acercamiento reflexivo a las políticas urbanas y al análisis territorial geográfico.
Arquitectura: lenguajes fílmicos es un ciclo anual de conferencias, proyecciones y talleres que se propone indagar sobre una de las grandes categorías de nuestro tiempo: la ciudad, que junto a otras como migración, economía, austeridad, desigualdad, cambio climático… se ha vuelto tan inabarcable que, en palabras de Saskia Sassen “...somos incapaces de capturar todo lo negativo que está pasando”.
Desde hace años, este programa viene produciendo una serie de encuentros con pensadores y pensadoras locales e internacionales –que se acompañan de proyecciones de películas que estos mismos autores proponen–, con la intención de generar un acercamiento reflexivo a las políticas urbanas y al análisis territorial geográfico.
Este año comenzamos nuestra reflexión a partir de Casa tomada, aquel cuento de Julio Cortázar en el que Irene y su hermano sienten cómo la casa familiar está siendo invadida por fuerzas que no son capaces de visualizar, cuya naturaleza se les escapa, pero que efectivamente les van desalojando de su hogar hasta ser definitivamente expulsados y arrojados a la calle. El miedo y la angustia invaden el relato, afecciones que permiten establecer múltiples analogías con el momento presente que está atravesando Europa. El espacio en el que se daba por hecho que existían derechos, garantías y procedimientos que implicaban un horizonte de tranquilidad está siendo seriamente amenazado por distintas fuerzas que, al contrario que en el cuento de Cortázar, son identificables, perceptibles a la luz del día. Son los espectros que deambulan en los telediarios, en las crónicas políticas, en la literatura, el arte y el pensamiento de, al menos, las dos últimas décadas. Son las políticas neoliberales de austeridad y precarización, en una deriva depredadora tras la “operación crisis” que ha acompañado la extensión del totalitarismo económico. Es el control securitario internacional que se alza en contra de las migraciones; el blindaje inmunitario de Europa ante una contracara violenta en forma de guerras y terrorismos, que ha desvelado el sustrato racista y colonial del “viejo continente”. Es, también, la expulsión de familias y poblaciones enteras de sus territorios a causa de catástrofes ecológicas, de la construcción de nuevas infraestructuras o del impulso masivo de flujos turísticos y procesos de reconversión económica. Todas estas fuerzas se adueñan del territorio para re-producirlo y rentabilizarlo, o destruirlo. El desplazamiento, el desalojo, la expulsión, la reubicación y por lo tanto la búsqueda de refugio se vuelven inminentes ante la evidencia de que tenemos la casa –la Europa en el que era posible proyectar una experiencia política supranacional– “tomada”.
Arquitectura: lenguajes fílmicos, a través del análisis fílmico y jornadas de trabajo, insiste en la pertinencia de estudiar no solo estos procesos económicos y políticos que están “tomando Europa”, sino también los simbólicos, antropológicos y estéticos, puesto que los cambios que se dan entre lo que es visible y lo que no es visible, en las condiciones de posibilidad que determinan qué es imaginable y qué no lo es, resultan fundamentales para cualquier análisis del presente y para cualquier proyecto inspirado en cierta voluntad de transformación de la realidad.
Cabe señalar que uno de los aspectos decisivos del actual régimen de visualidad es que los sujetos actúan del modo en el que actúan no porque ignoren una realidad determinada, sino porque a pesar de conocer sobradamente la configuración básica de los problemas proceden como si en realidad no lo supieran. Y es que cuando algo resulta demasiado traumático no se puede aceptar como realidad y esta pasa a ser sostenida por ciertas coordenadas fantasmáticas, por un proceso de ocultamiento, producción de representaciones, prácticas y sentidos, cuya función es la legitimación de relaciones de poder.
Así pues, las políticas culturales, que en buena medida regulan la circulación, difusión e implantación de la mirada dominante, cumplen –como han señalado Miller y Yúdice– un doble papel: como forma de estructuración del Estado y como sistema de estructuración del estilo de vida, es decir, como elemento biopolítico.
La idea de Europa, y por consiguiente de su ciudadanía, se sustenta sobre los llamados “valores europeos”: democracia, libertad, tolerancia, bienestar… que se superponen sobre la universalidad "real” de la globalización actual, y actúan como una “ficción” en la que la ciudadanía, al sentirse parte de un proyecto ideológico gigantesco, parece dispuesta a admitir cualquier tipo de violencia sobre aquellos que (dicen) la amenazan, aceptando la precarización de sus vidas y la reducción, cuando no supresión, de los derechos y valores que dicen defender.
Este proceso de asimilación ideológica de un conjunto de tópicos que se consideran inscritos como valores europeos y su acrítica aceptación es lo que otorga la consideración de ciudadanía, siendo las fronteras las encargadas de definir la inclusión o la exclusión en una comunidad europea que se edifica no solo de una forma material, urbanística y arquitectónica, sino también a través de procesos imaginarios, simbólicos y semióticos.
Entonces, en su procesión y circulación de rituales, signos e imágenes ¿tiene la cultura un estatuto propio o diferenciable más allá de la cultura como mercancía, de la cultura como productora de plusvalor económico? ¿Cuáles son los referentes, los regímenes de representación, los relatos y los imaginarios que configuran el presente? ¿Qué relaciones podemos establecer entre las políticas culturales, la gubernamentalidad neoliberal y la construcción del territorio?
La ciudad es el espacio disputado donde confluye la ciudadanía “integrada”: excluidas, marginados, migrantes y precarias que se sitúan tanto en las zonas de desafiliación como en las zonas de precariedad y vulnerabilidad social (Robert Castel). Es el espacio donde esa desigualdad se aglutina y se confronta. Por una parte, porque es donde el capital globalizado, en su “momento urbano”, se vuelve concreto política y socialmente. Por otra, porque la ciudad reúne una vasta aglomeración de las más desfavorecidas: migrantes, pobres, , lesbianas y queers que encuentran en la ciudad, especialmente en la gran ciudad global, el espacio para devenir actores políticos.
En la edición de este año hemos invitado a Gabriel Villota, Los Flamencos, Andrés Antebi y Daniel Malet e Isabell Lorey, con quienes nos interesa discutir las prácticas e ideas que desde sus distintos ámbitos de trabajo proponen desarrollar para emprender un éxodo intencional que construya espacios de resistencia desde los que configurar una democracia por venir, donde tomar la casa no signifique hostilidad sino la apertura del espacio de la hospitalidad.
Organizan: