En la sexta edición de este ciclo de "Cine y Ciencia" vamos a hablar mucho de amor. Y de ciencia.
“Somos física y química”, pensaba el insigne premio Nobel asturiano Severo Ochoa. En realidad, la frase era algo más larga: “El amor es física y química... Pero una física y química muy sofisticadas, ¿eh? Yo creo que somos eso, y nada más: física y química.” Hay una falsa creencia muy extendida que contrapone automáticamente la ciencia con un concepto como el amor. El bioquímico asturiano, sin embargo, sintetiza en un adagio certero que ambos ámbitos, el científico y el emocional, no son ni mucho menos ajenos el uno al otro. El amor, como una de las máximas expresiones humanas, está también directamente ligado a la ciencia.
En la sexta edición de este ciclo de Cine y Ciencia (como siempre, de la mano del DIPC -Donostia International Physics Center- y del Festival de Cine de San Sebastián) vamos a hablar mucho de amor. Y de ciencia. De amor a la ciencia, pero también de amor al otro. Amor físico y amor espiritual. Y de religión y de creencias. Y de pérdidas, de añoranza y de dolor. De cosas muy humanas. Sin pretenderlo conscientemente, y quizás por la convulsa y oscura realidad que nos está tocando vivir, el amor se nos ha colado como una especie de hilo conductor que nos hace saltar de película en película. Y en la persecución de este objetivo contaremos, como siempre, con la impagable aportación de científicas y científicos que enriquecerán con su saber y su humanidad las presentaciones y los coloquios del presente ciclo.
Ya la misma imagen del ciclo es una suerte de declaración de intenciones. Las figuras de una pareja de científicos, vestidas con unos claros trajes ignífugos, se recortan contra la espectacular imagen de la ardiente lava roja producida durante una erupción volcánica. La imagen está extraída de una de las películas que protagonizarán el ciclo: Fire of Love (Sara Dosa, 2022), un documental sobre las experiencias de dos vulcanólogos, los franceses Katia y Maurice Krafft, unidos por el amor entre ellos y a los volcanes. El amor a la ciencia y a su familia protagoniza también la excelente Madame Curie (Mervyn LeRoy, 1943), película que ahonda en los años de investigación de la dos veces premio Nobel polaca. Pero si hablamos de amor, de amor que traspasa las barreras del espacio y del tiempo, la referencia siempre será el mito del vampiro, ese ser no muerto que transita por el tiempo en busca de un amor imposible y que protagoniza la fascinante Drácula de Bram Stoker (Francis F. Coppola, 1992). Pero hay otros tipos de amor que también encuentran su hueco en el programa. El amor a la verdad que lleva a Guillermo de Baskerville y su ayudante Adso de Melk a la abadía italiana de El nombre de la rosa (Jean-Jacques Annaud, 1986). También el amor a la verdad científica guía los pasos del Spencer Tracy de La herencia del viento (Stanley Kramer, 1960). El amor libre como derecho es el que defiende Tom Hanks en Philadelphia (Jonathan Demme, 1993), y el amor de un coronel a los “fluidos corporales americanos” termina en desastre nuclear en la genial ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Stanley Kubrick, 1967). Y el amor obsesivo por las matemáticas es el que arrastró a la locura a otro científico premio Nobel, John Nash, en cuya vida se basa Una mente maravillosa (Ron Howard, 2001). No tanto el amor como la nostalgia por lo perdido protagoniza una de las grandes distopías cinematográficas: Cuando el destino nos alcance (Richard Fleyscher, 1973). Y cerraremos con un canto a lo animal, lo salvaje y lo monstruoso, en la siempre impactante Tiburón (Steven Spielberg, 1975). Este es el menú de este trimestre.
Menú que podrá ser degustado, como en anteriores ocasiones, en cinco puntos de nuestra geografía: San Sebastián (Tabakalera), Bilbao (sala Mitxelena de la EHU/UPV), Vitoria (Artium), Pamplona (Golem Baiona) y San Juan de Luz (Cinéma Le Sélect). Y siempre de la mano de los y las científicas del DIPC. Porque amamos la Ciencia. Porque amamos el Cine.