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Serie de doce capítulos que indaga el cambio de modelo productivo por el cual la antigua fábrica de tabacos se convirtió en el actual Centro Internacional de Cultura Contemporánea. Al acecho, dos grandes interrogantes: ¿qué necesitamos del pasado cuando se trata de trabajo? y ¿cómo y desde dónde se puede hablar de memoria?

Tabakalera encarna estas y otras muchas cuestiones, sin perjuicio de las cuales ha destinado un pequeño espacio, la Bodega, en el que se expondrá la serie completa a modo de instalación audiovisual, añadiéndose un nuevo capítulo a mediados de cada mes, hasta septiembre de 2016. El proyecto, coordinado por Cruza Marte, se acompaña con un programa paralelo de actividades públicas.

 

Capítulo 5 (22' 52'') - CARMEN OPERAZIOA  

Contra el pueril argumento por el cual el pueblo suizo de Appenzell prohibía a las mujeres votar (porque «ya lo hacían aconsejando a sus maridos») la muy concisa y siempre prudente Maria Lafont escribe:

«Burda es la villa en cuyas sillas sentar solo puedas por sufragio sentimental».

Lo hace en su incendiario Ensayo contra el Sentimiento. Es un libro breve y ameno que se lee en lo que un perro vuelve a tener hambre. Está dividido en pequeñas escenas. Me llama la atención la dedicada a Carmen, la cigarrera, el personaje de Mérimée y de la ópera de Bizet.

«Aunque en Carmen fascinación y espanto conviven con la misma incomodidad que un apretón de mi mano izquierda con mi mano derecha, me es imposible ver en ella la fantasía de ningún paraíso perdido (de la belleza, de la libertad, de la utopía). En modo alguno era Bizet un revolucionario. Su composición navega en mar de tendencia con bajel de otrora. Se apropia del caudal de la tragedia, pero es solo mera exaltación. Yo la situaría en el género del derroche sentimental».

Leo esto poco antes de tomarme mis veinte minutos de siesta. Siempre leo algo. Normalmente aprovecho la pausa que en la lectura me marca un pensamiento para cerrar los ojos y deslizarme entretenida y lentamente al descanso. Pues bien, hoy me es imposible dormitar tranquila, porque al tiempo que entran en escena las pequeñas imágenes alteradas tan propias de la duermevela, una intuición a modo de idea se resiste a evaporarse en el sopor de la siesta, y puesto que soy una mujer tozuda, empecinada particularmente en las causas perdidas, ¿cómo no proteger esta pequeñita y recién nacida idea del onírico alud que se cierne sobre ella? Escucho entonces a Maria Callas cantar el aria «El amor es un pájaro rebelde», la famosa Habanera de Carmen. El tal pájaro, según señala la canción, vuela aquí y allá, cuando crees tenerlo, él te evita y cuando crees evitarlo, él te tiene. Se trata sin duda del infante Cupido metamorfoseado para una mayor concupiscencia de lo pintoresco en grácil pajarito. Pero también, como me contó un amigo que es a la par que muy torpe un gran entendido en óperas y operetas y por lo tanto reconoce las dulces lindezas que estas esconden, el pajarito es el sexo mismo de Carmen, que al volar se abre, se hace público, se presta a la caza, se ofrece a quien atine con la fálica escopeta («como ocurre, de otro modo, con la flor que Carmen le entrega a Don José y, en general, con todas las flores y todos los pájaros que aparecen en bellas estampas junto a lindas muchachas»). Sin embargo, en esta duermevela Carmen no es solo un trasunto de varonil cobardía (tan consabida, por otro lado, ¿no es cierto?). Es también la gitana, la ladrona, la contrabandista, la bandolera, la terrorista, la que va a su aire, la traidora, la despreciable, la chabacana. Carmen es todo eso y muchas cosas más, hasta el punto de que el personaje que Mérimée puso en el disparadero de la cultura se ha ido convirtiendo poco a poco en una mula de carga simbólica.

Despierto fatigada. Debo reconocer que no es Carmen una ópera que me guste especialmente. Más que una ópera es una larga compañía, una machacona repetición salteada con sus lógicas variaciones. Es como la navidad. La siento más próxima de las versiones orquestales y del kitsch flamenco en verbenas, barracas, pistas de patinaje y galas de verano, que de la música que una desee escuchar al asomo de una tarde tranquila. Esta Carmen es un museo... de cera. Empiezo a preguntarme por el futuro truncado del personaje. El personaje ha muerto mil, infinitas veces a manos de Don José. No hay vejez para Carmen, se le negó, menuda condena. ¿No está de algún modo encarcelada, apartada, desposeída en el exilio de una suerte de inutilidad? Me intriga esta imposibilidad, la de una Carmen anciana. Querría su existencia, por desventurada que fuera. Querría su mirada, su atención allende los mares de su vida pasada. Querría su presencia dando fe del presente. Querría su libertad y no ese punto y amén al que se le confinó. Sería esta Carmen aquella de cuya música yo sí me acompañaría con placer, aquella de cuyos labios yo aguardaría los versos de una buena conversación («las mujeres hemos de hablar» diría), aquella, sentada con la edad sobre sus aciertos y errores, de cuyos gestos yo sentiría las luces del atardecer, que son las que bañan de reposado contento los anhelos comunes.

Descripción Corta

Quinto capítulo de la serie que indaga el cambio de modelo productivo por el cual la antigua fábrica de tabacos se convirtió en el actual Centro Internacional de Cultura Contemporánea.

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Carmen Operazioa
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