Picnic at Hanging Rock, Peter Weir, Australia, 1975, 110’
Una de las películas más misteriosas, fascinantes, perversas, bellas y enigmáticas de la historia del cine. Una de esas experiencias inolvidables que si aún no has visto (¡y en pantalla grande!) tienes que ver. Después dirán que David Lynch es raro. Y sí, lo es. Pero también Peter Weir. Después dirán que Sofia Coppola nos descubrió los secretos de la adolescencia, muerte y sexualidad en The Virgin Suicides (1999). Y sí, puede ser, pero la directora norteamericana cita siempre como referencia directa esta película australiana.
Año 1900, día de San Valentín. Un grupo de chicas adolescentes que estudian en el estricto colegio victoriano de Appleyard, Australia meridional, van de excursión a Hanging Rock, una formación rocosa de origen volcánico. Es cuando el ritual se activa, cuando el calor, la naturaleza y la misteriosa roca parecer poseer el espíritu y los cuerpos de las jovencitas. Es también cuando el tiempo y el espacio se transforman, cuando lo mágico y lo onírico toman la narración, cuando la película se vuelve un tratado de cine sensorial y atmosférico.
Juventud, madurez, sexualidad, cultura, represión, naturaleza y libertad bajo una montaña rocosa. Todo acompañado de una banda sonora llena de contrastes y de una fotografía inolvidable, que supuso un premio Bafta para Russell Boyd.
Una de las películas más misteriosas, fascinantes, perversas, bellas y enigmáticas de la historia del cine.