The room, Tommy Wiseau, EUA, 2003, 99’
Hace dos años inauguramos la sala de cine de Tabakalera y en este tiempo hemos programado cientos de películas llegadas desde los festivales de cine más importantes del mundo; cine de autoras y de autores que están escribiendo con sus trabajos el presente y futuro de la historia del cine. Cine de Oro, de Plata, de Palmas, de Leopardos, de Conchas, de premios a un lado y otro del mundo; cine serio, cine muy serio, cine muy muy serio, de ese que decide y marca el canon de lo que es el cine...
¿Qué pasaría entonces si ahora se nos ocurriera programar la peor película de la historia?
¿Se rompería nuestro proyector? ¿Los tuits nos calificarían de chaqueteros y vendidos? ¿La sala quedaría vacía? ¿O todo lo contrario?
Pues vamos a probar qué pasa, ¿a quién se le ocurrió pensar que un centro de cultura contemporánea no tiene posthumor?
El Festival de Cine de San Sebastián anunció hace unas semanas la inclusión en su sección oficial de una película dirigida por James Franco, The disaster artist. Su sinopsis dice así: “Es la historia real del making of de la película The Room, que ha sido considerada como el Ciudadano Kane de las malas películas. La película clásica de culto de Tommy Wiseau se ha estado proyectando en salas completamente llenas por todo Norteamérica desde hace más de una década”.
Ahora, un poco de historia: en el año 2003, en un viejo cine de la periferia de la ciudad de Los Ángeles, se proyectó durante meses en una sala sin apenas público una película imposible. El argumento de la ficción decía que la película contaba la historia de Johnny, de su novia Lisa y de su amigo Mark. Y en algún lugar se podía leer que la inspiración de aquel triángulo dramático llegaba de las obras de Tennessee Williams… Pero aquello era un desastre total: actuaciones imposibles, diálogos vergonzosos, dirección de arte de postín y un montaje sin sentido del ritmo.
Ahora es cuando todos nos acordamos del Ed Wood de Tim Burton y de aquellas películas de Serie B en las que los platillos volantes se colgaban con hilo invisible que después se veía en la pantalla. La historia del cine también está llena de “fracasos” que hacen avanzar el cine. Y a veces nos gusta ver esas películas y sentirnos cerca de lo que no es perfecto, de lo humano, del momento iniciático en el que uno ha pensado con toda la felicidad e ilusión del mundo que quizá con una cámara y unos amigos es posible hacer una película.
El fenómeno explotó de la manera en que suceden hoy en día las cosas: un comentario en un blog, unos cuantos tuits con retuits, conversaciones de “wasap”, textos en páginas de cine, una quedada de amigos para ir a la sala a ver aquella película tan mala, el posthumor haciendo de las suyas y calificando de genialidad el desastre, ebullición en la red y la sensación final de que si no veías esa película no eras nadie en Los Ángeles. “Esta película es peor que recibir un hachazo en la cabeza”, decía una crítica demoledora en la principal web mundial de cine (IMDB). Pero el fenómeno era ya imparable, así se escribe la historia en el siglo XXI.
Nuestra sala de cine siempre ha jugado a la diversidad: de voces, de miradas, de tiempos, de idiomas, de acentos, de estilos. Es lo que entendemos que tiene que aportar una sala de cine pública como la nuestra. Ahora, en este segundo aniversario, y como prólogo al Zinemaldi, con todos los honores, con toda la ilusión, nos complacemos en anunciar, presentada además por el director del Festival de Cine de San Sebastián, José Luis Rebordinos, la mejor-peor película de la historia del cine.
Como prólogo al Zinemaldi, con todos los honores, con toda la ilusión, nos complacemos en anunciar, presentada además por el director del Festival de Cine de San Sebastián, José Luis Rebordinos, la peor película de la historia del cine.