Titicut Follies, Frederick Wiseman, EUA, 1967, 84’
El joven Wiseman era un estudiante de derecho cuando comenzó a visitar el Hospital Bridgewater de Massachusetts, una institución para presos con problemas mentales. Su incursión en el cine había sucedido poco antes, cuando en 1964 produjo un largometraje de Shirley Clarke. Pero este retrato directo, crudo e inolvidable sobre un manicomio, sus terapias, pacientes, cuerpos y día a día, fue su primer trabajo como director y asentó las bases de su inconfundible estilo de cine directo.
Wiseman se propuso observar y registrar todo aquello que sucedía frente a su cámara, sin necesidad de añadir después narraciones. Confiando primero en el poder de las imágenes y sonidos y después en la capacidad del montaje para dar sentido -político, crítico, cinematográfico- a lo rodado. El resultado es una película que muestra con crudeza una realidad hasta entonces inimaginable para el público: situaciones de aislamiento, intimidación, fuerza, soledad, compañía y desconfianza en un sistema que no estaba cumpliendo su función.
La película fue prohibida y no fue hasta después del cierre de la institución que el público pudo recuperar este testimonio fundamental de la historia del cine documental.
El joven Wiseman era un estudiante de derecho cuando comenzó a visitar el Hospital Bridgewater de Massachusetts, una institución para presos con problemas mentales.