Tal y como relata Joseba Sarrionandia en su ensayo "¿Somos como moros en la niebla?", tras la Primera Guerra Mundial se dejó de utilizar gases tóxicos en Europa. Sin embargo, aun estando prohibos por los tratados internacionales, los estados occidentales continuaron utilizándolos contra las resistencias coloniales. En las guerras del Rif, se utilizó armamento químico lanzado por aviones contra la población civil rifeña.
Se solicitaban las herramientas bélicas más modernas y destructivas para abatir y amedrentar al enemigo, bajo el argumento de que en la gerra no existía la crueldad excesiva. El periódico liberal Heraldo de Madrid decía así en 1921:
“Nuestras escuadrillas de aviación continuan bombardeando campos y poblados moros, sembrando el terror y la confusión entre los cabileños. Nos parece acertadísimo el procedimiento. Esos bombardeos deben seguir sin interrupción y con la máxima intensidad. (...) No nos cansaremos de repetirlo, las fuerzas coloniales deben hacerse a base de emplear aquellos medios ofensivos de que el enemigo no puede disponer; de algo ha de servir la superioridad de civilización y de recursos. El aeroplano es un arma magnífica, no sólo por el daño material que causa, sino por el efecto moral que produce”.