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Zama, Lucrecia Martel, Argentina, 2017, 115'
El año pasado dedicamos uno de nuestros focos a la obra de la directora argentina Lucrecia Martel, que nos visitó en Tabakalera para presentar sus películas y hablar de su cine y obra. En aquella ocasión no pudimos proyectar Zama, que por fechas estaba aún en el circuito de salas comerciales, por lo que el foco se centró en sus largometrajes previos y en sus primeros cortometrajes. Pues bien, este nuevo foco sobre el concepto de Nuevos Territorios nos permite cerrar por fin la retrospectiva a Lucrecia Martel en nuestra sala.
Don Diego de Zama es un oficial español del siglo XVII asentado en Asunción y que espera su transferencia a Buenos Aires. El reino de España y las promesas que quizá tuvo en algún momento sobre un futuro dorado han quedado ya muy lejos. Ahora ya sólo queda esperar a que algo suceda, tratando de superar esa sensación de distancia y deriva vital que le aflige. ¿Qué esperar cuando uno lo ha perdido todo? ¿Qué esperar cuando el propio territorio, íntimo y geográfico, han desaparecido? ¿Hacia dónde dirigirse cuando uno ya no tiene lugar ni el el nuevo, ni en el viejo mundo?
Es curiosa una imagen que comparten la novela en la que está basada la película de Martel (Zama, Antonio Di Benedetto, 1956) y la película de Herzog que abre este ciclo de Nuevos Territorios: el cadáver de un mono atrapado en los remolinos de un río. Esa imagen contiene quizá la esencia de la tesis planteada en este ciclo: la derrota del progreso y de la conquista y la necesidad de transformar ese pesar existencialista en una nueva aventura: nuevo humanismo, nuevas formas, nuevos territorios.
“Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del barco que aguardaba, sin saber cuándo vendría.
Llegué hasta el muelle viejo, esa construcción inexplicable, puesto que la ciudad y su puerto siempre estuvieron dónde están, un cuarto de legua arriba.
Entreverada entre sus palos, se menea la porción de agua del río que entre ellos recae.
Con su pequeña ola y sus remolinos, sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que él no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos.
Ahí estábamos, por irnos y no”.
Antonio Di Benedetto, Zama.
¿Qué esperar cuando uno lo ha perdido todo? ¿Qué esperar cuando el propio territorio, íntimo y geográfico, han desaparecido? ¿Hacia dónde dirigirse cuando uno ya no tiene lugar ni el el nuevo, ni en el viejo mundo?
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