De vez en cuando, sucede. No muy habitualmente. Como si fueran placas tectónicas de una placa tectónica inmensurable, las palabras y los sonidos se unen, enfrentados entre sí, hasta no poder separarse. La música (sin letra, si es que la hay) se traga la razón de las palabras con el poder de los caminos laberínticos más oscuros hacia la abstracción; la palabra aterriza en los sonidos, como si descansara encima de un terremoto, esforzándose en –paradójicamente– afilar el sentido, el mensaje, la flecha. Pero no nos confundamos: ahí no se esconde ningún método para lograr el éxito inventado por algún algoritmo, uno de esos que los gurús digitales de hoy en día admiran tanto. Es más, cuando suelen ocurrir este tipo de seísmos, al igual que ocurre en casi todos los choques, al menos en el primer choque, el o la oyente se tensa. Como si nos hicieran escuchar algo que podemos oír. Nuestra comodidad acústica, la tendencia hacia la razón y la desgana de un oído como consecuencia marchito, no reciben bien las caricias de las letras musicales salvajes. En este nuestro occidente, la comodidad suele descansar en una cama de doce tonos y una almohada del compás de cuatro por cuatro, tomando habitualmente como excusa el simple pensamiento romántico de que la música es un idioma universal. Será funcional, o no será.
Los oídos, en cambio, no entienden de tonos y compases, sino de heridas. Aun estando encerrados en hiperacusias mentales, son animales que no se sacian de su deseo incesable de saber. En contra de nuestras opiniones aprendidas, nuestro sentido más primitivo no cree en la capacidad de comunicación, sino en aquello que hoy en día, nosotros, llamamos incomunicación o, directamente, en ese gran caos que es el ruido. Al fin y al cabo, ¿no es el ruido nuestra tradición cultural más antigua?
Sometimes, it happens. Not very usually. As if they were tectonic plates on an immeasurable tectonic pate, words and sounds come together, confronting each other until they can no longer be separated. Music (without lyrics, if there even is any) swallows the meaning of words into abstraction with the power of the darkest labyrinthine paths; words settle on sounds, as if they were resting atop an earthquake, struggling –paradoxically– to sharpen the meaning, the message, the arrow. But let’s not be confused: there resides no hidden method for achieving success invented by some algorithm, one of those employed by the digital gurus that are so admired today. What’s more, when these types of seismic events tend to occur, the listener tenses up, much like nearly our response to all jolts, or at least the first one. As if they made us listen to something that we can hear. Our acoustic comfort, tendency towards reason, and reluctance of a consequently withered ear, do not properly receive the caresses of wild musical lyrics. In this our western world, comfort tends to rest on a bed of twelve tones and a pillow of four-four time, regularly using as an excuse the simple romantic thought that music is a universal language. It must be functional, or it must not be.
By contrast, ears do not understand tones and time signatures, but rather wounds. Even while trapped in mental hyperacusis, they are animals unquenched of their insatiable desire to know. Standing opposed to our learned opinions, our most primitive sense does not believe in communication capacity, but rather in that which today we call a lack of communication or, quite directly, the grand chaos of noise. In the end, isn’t noise our oldest cultural tradition?
Xabier Erkizia
ROUND TABLE
-Raul Cantizano: El baile de las cuerdas (Concert)
-Hannah Silva: The Sounds Inside Speech (ONLINE)
-Alessandro Bosetti: Sistéma, an opera on tutto e niente (ONLINE)
-Ainara Santamaria: Esperimentazioaren tradizioak Euskal Herrian.
-Ramon Lazkano: (Hitz) Instrumentala
-Xabier Erkizia (Moderator)
* Translation into Basque, English and Spanish
In the end, isn’t noise our oldest cultural tradition?