Les Nuits de la pleine lune (Éric Rohmer, Francia, 1984, 101')
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El personaje de Pascale se llama Louise, una decoradora que vive en la periferia de París, al este de la gran ciudad, en un barrio residencial de nueva construcción y apartamentos modernos. La película pertenece a la serie de Comedias y Proverbios de Rohmer y se inicia con la siguiente cita:
Quien tiene dos mujeres, pierde el alma.
Quien tiene dos casas, pierde la razón.
Es invierno. Louise divide sus días entre su trabajo en el centro de París, los viajes en tren de cercanías, y su vida en las afueras en compañía de su pareja, Rémi. Pero Louise necesita su espacio propio. Una habitación propia. Una vida para ella, más allá de la que comparte con su pareja. “Necesito estar sola de vez en cuando. Completamente sola”, dice. La película parece que va a plantear un triángulo amoroso, pero tampoco es eso, pues Louise está buscando otra cosa. Para empezar, su apartamento de soltera en París.
Siempre he tenido la sensación de que esta era la película en la que Rohmer hablaba por primera vez de lo que le sucedía de verdad a cierta juventud parisina. De sus dudas, temores, anhelos y deseos. De cómo se divierten. De cómo no se divierten. De cierto desasosiego y cierta dicha. Y ahí, la presencia de Pascale en el proceso de escritura e ideación de la película es fundamental. En los títulos de crédito aparece como actriz principal y como decoradora (el trabajo de dirección de arte y vestuario es excelente). Pero es evidente que en la historia de ese personaje en plena juventud hay mucho de la Pascale real.
Para Rohmer, Pascale fue cómplice en todo el proceso. Algunas de las preguntas de la película tienen quizá más que ver con los temas que iba tratando y retratando Rohmer en sus comedias y proverbios: a quién querer, dónde vivir, cuándo “madurar”, tener hijos o no. Pero Pascale aporta actitud, tono, estilo, emoción y una presencia inolvidable. Pascale es la película. Tanto, que el festival de Venecia premió su actuación con la Copa Volpi a la mejor actriz del certamen. Y fue el propio presidente del jurado, Michelangelo Antonioni, quien le entregó el premio.
Se confirmaba de esta forma la trayectoria ascendente de Pascale. Todo era posible a partir de esta película.
La fiesta y el primer baile llegan en el minuto 23. Una casa grande de París con algunos invitados vestida de gala, pero también con jóvenes vestidos de calle y de manera informal. Pascale comienza bailando con su amigo y confidente Octave (Fabrice Luchini), que está más preocupado en observar quién está la fiesta que en bailar. Él parece ausente. Pascale no. Pascale está dentro, dentro del ritmo del tema que está sonando, Les Tarots, de Elli y Jacno. En un momento, Pascale entabla contacto visual con un joven que también está bailando: un tipo alto y algo desgarbado que viste con una extraña mezcla de ropa casual y guantes mitones de color carne en sus manos. Se miran, sonríen y comienzan a bailar juntos. El vestido negro de Pascale tiene en sus tirantes dos cremalleras, como a la moda ochentera de cuando las cremalleras eran un símbolo rebelde, algo punk y a la vez leve. Entonces la cámara comienza a bajar hacia los pies de Pascale, poco a poco. Y ahí está el ritmo. Dos zapatos de tacón de color negro, bailando. Ese gesto. Me quedo con ese gesto, con ese movimiento de cámara que va de la felicidad del rostro de Pascale bailando con un desconocido que le gusta, hasta sus pies, entregados al ritmo natural y salvaje de una vida libre.
Pascale baila.
Víctor Iriarte
Foco dedicado a Pascale Ogier.