Descripción

Gâv

Autora: Kimia Kamvari

Año: 2018-2024

Material: Impresiones analógicas sobre papel baritado

Dimensiones: Variables

 

Gala

Autora: Kimia Kamvari

Año: 2024

Material: Galalita

Dimensiones: 35 x 4 x 2 cm

 

Capital

Autora: Kimia Kamvari

Año: 2024

Material: Polvo de sangre

Dimensiones: variables

 

Las vacas pastan plácidamente en un prado, al aire libre. Algunas permanecen inmóviles y otras están tumbadas sobre la hierba, al sol, rumiando y moldeando la tierra. Esta imagen podría pertenecer a cualquier territorio y a cualquier época, podría ser incluso un déjà vu de un sueño ancestral. ¿Qué piensa la vaca? En la novela Memorias de una vaca de Bernando Atxaga, esa placidez y esa profundidad temporal se describen a través del punto de vista del animal.

Leí en alguna parte que Gea o Gaia proviene de la palabra persa Gâv (گاو), que significa vaca. Al investigar más sobre ese tema, me topé con mitos e historias que relacionan o equiparan de algún modo al ganado con la tierra. Gea, la diosa de amplio pecho que surgió tras el caos, en la mitología griega se la considera madre primordial, así como la personificación de la tierra. De hecho, esa palabra es la forma poética de Gê o Gâ, que significa tierra y territorio. El inicio del poema persa del siglo XII La conferencia de los pájaros ilustra una escena de la creación del mundo: Dios [...] formó montañas para realzar su suelo, mares para lavar su faz, [...] Dios colocó la Tierra sobre la espalda de una vaca y a la vaca sobre un pez que danzaba sobre un ovillo de luz plateada tan tenue que al aire se asemeja . Esta imagen deriva de una antigua creencia persa, la leyenda de Gâv-Zamin (vaca-tierra), en la que el mundo se representa de esa manera: la Tierra en equilibrio sobre el lomo de una vaca, que se alza a su vez sobre un pez suspendido en el aire.

Estas fotografías son de hace tiempo, de mis primeros años viviendo en el País Vasco. Mi intención era captar el cuerpo del animal como si fuera una capa sobre el horizonte montañoso y difuminar su lomo con la ladera de la montaña. Cuando me ofrecieron por primera vez participar en esta exposición, en varias conversaciones con el comisario, salieron a colación estas fotos. Comencé a trabajar con un par de carretes que por error se expusieron dos veces y se dañaron con luz. Por aquella época, estaba dándole vueltas a la idea de dejar de amamantar, por lo que la leche como materia estaba muy presente en mi mente. La decisión de cortar el flujo de leche me llevó a pensar, por un lado, en la relación entre la crianza y el cuidado y, por otro, en la violencia. Así, los pensamientos sobre ese flujo corporal me llevaron hasta otro fluido del cuerpo: la sangre.

Justo mientras daba forma a esa idea, comenzó el asalto a Gaza y, una semana después, el cineasta iraní Dariush Mehrjui y su esposa fueron asesinados a puñaladas en su casa de Karaj. Este crimen me recordó los asesinatos en cadena de los años 90, cuando los intelectuales disidentes iraníes fueron objeto de ataques tanto en Irán, como en el extranjero. Así, para esta exposición mi trabajo, mi voz y yo misma nos unimos como respuesta a estos crímenes.

Gâv (La vaca, 1969) es el título de la película expresiva dirigida por Darioush Mehrjui, que forma parte de la historia del cine iraní. Muestra la estrecha relación de un campesino de mediana edad y una vaca, que es su única propiedad valiosa. Tras la misteriosa muerte en el establo de la vaca preñada, el campesino va enloqueciendo poco a poco hasta el punto de creerse ese animal y adoptar sus comportamientos.

Según la cosmogonía zoroástrica, la creación del bóvido primigenio Gav-aevo-data (el buey de creación única) ocurrió en paralelo a la del ser humano primigenio Gayo-mart (el hombre de creación única). El buey primigenio es un ser hermafrodita, con leche y semen, progenitor de toda forma de vida animal. La leyenda lo describe tan blanco y resplandeciente como la luna, habitando en una orilla del río Veh, mientras que el humano primigenio mitológico vive en la orilla opuesta. La película fluye como el río o, tal vez, lo cruza para reunir a los seres humanos y animales en una misma corriente.

Existen numerosos casos en los que el acto de matar a una vaca nos abre las puertas de otros escenarios. En el zoroastrismo, por ejemplo, con la muerte del bóvido primigenio el mundo se llena de vida animal, cereales y plantas medicinales. Por su parte, el islam y el judaísmo comparten el relato sobre sacrificio de la Novilla Roja. El segundo capítulo del Corán, titulado Al-Baqarah (La vaca), cuenta que cuando se produce un asesinato y se desconoce al malhechor, se debe colocar sobre el cadáver un órgano de una vaca sacrificada, para que el muerto reviva y revele el nombre del asesino antes de volver a morir. En la Torá, la Novilla Roja debe ser sacrificada, reducida a cenizas y llevada ante un sacerdote para que purifique el cuerpo del asesino o el de cualquiera que haya estado en contacto con el cadáver. En ambos casos, el sacrificio de una vaca sirve de ritual para purificar la toxicidad que contiene el cuerpo del asesino y limpiar la contaminación espiritual que impregna su mente.

En otras religiones, el acto de dar muerte se consideraría un sacrilegio equivalente al homicidio, si no un pecado mayor. En las religiones dhármicas, por ejemplo, la ejecución de una vaca es un tabú asociado a la violencia contra todas las demás especies. Así, la protección de las vacas simboliza el respeto hacia los derechos de los animales y el rechazo a la violencia contra todas las formas de vida.

Un amigo visitó una vez un pequeño matadero de Oñati y me describió la operación con todo lujo de detalles. Al parecer es un proceso muy rápido, tanto por lo que dura de principio a fin, como por lo que se tarda en hacerlo de una vaca a otra. En primer lugar, se empuja a los animales para que vayan avanzando. A medida que lo hacen, se ponen barreras para impedir que retrocedan. Si se resisten, son sometidas a descargas eléctricas. En cuanto el primer animal de la fila entra en la estrecha jaula del final, se le dispara con una pistola aturdidora. Inmediatamente después, se abre un lateral de la jaula y la vaca cae boca arriba. En ese momento, otra persona le ata una pata a un elevador y le corta el cuello con un gran cuchillo. Mientras el trabajador espera a que el animal se desangre, se dirige a la vaca anterior y le corta los cuernos. Para entonces, ya le habrá llegado otro animal aturdido. Entran una tras otra, por lo que el fornido trabajador debe hacer malabarismos con tres reses la vez. Es una labor fatigosa, subrayó mi amigo, y no está remunerada como debiera.

Algunos informes sobre mataderos de Estados Unidos mencionan a inmigrantes menores de edad e indocumentados trabajando en condiciones muy duras. Existen estadísticas sobre el alto riesgo de sufrir daños y lesiones por esfuerzo repetitivo, como amputaciones y pérdida de dedos. Además, los trabajadores deben llevar protectores auditivos para evitar oír los constantes gritos de los animales sacrificados. Probablemente, la peor parte del trabajo, peor que el peligro físico, es el peaje emocional. Un sistema que te permite matar, pero te impide cuidarte.

La división de las cosas no nos deja comprender las realidades más amplias que se esconden detrás. Cuando los humanos se establecieron y se garantizaron el suministro de alimentos mediante la agricultura y el pastoreo, la población aumentó y la especialización y la repartición del trabajo condujeron a la formación de sociedades complejas. La más compleja de todas ellas, el capitalismo, vive de la explotación de los trabajadores, cuyo trabajo no remunerado es la fuente última de la plusvalía. El trabajo muerto se alimenta del vivo, como diría Marx. El término capital procede del latín capitālis (de la cabeza de ganado), derivado de caput (capitĭa) y a su vez de la raíz protoindoeuropea kaput- (cabeza). Tal como nos recordaba Marx, ocho cabezas de ganado entraron en la cueva de Caco, de espaldas, tiradas por la cola. Lejos de la imagen de los remeros de Oteiza, en la que los remeros avanzan hacia atrás, mirando al pasado o a lo existente, no hay avance posible cuando lo que pretenden darnos es algo que antes nos robaron.

Astigarreta, 2024

(Kimia Kamvari)

 

 

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