Balnearios, Mariano Llinás, Argentina, 2002, 81’
Esta es una de esas películas-ensayo compuesta por episodios, fragmentos, ideas, enumeraciones, archivos, memorias y ficciones que se mezclan con libertad absoluta para inventar-reinventar un cine que debe tanto a la literatura y al relato oral, como a la idea de enciclopedia. El resultado es una colección de costumbres e historias de los balnearios -o ciudades de veraneo- de Argentina.
“La película nace de unir lugares muy diferentes e ideas muy distintas”, cuenta Llinás. “Soy un veraneante nostálgico, así que siempre me obsesionó la idea de la ciudad balnearia vacía y fantasmagórica, fuera de estación. Algo que no deja de ser una idea fellinesca, digna de lo fanático que soy del director italiano.”
Ciudades sumergidas, bañeros, hoteles de principios de siglo, sirenas, barquilleros, diques, balnearios municipales, animales marinos y castillos de arena se encuentran en un ensayo variado y desconcertante. La idea de ciudades dedicadas únicamente al ocio, al agua y al descanso, deshabitadas en invierno y atestadas en verano, y plagadas de ornamentos y nombres marinos, resulta, en cierta medida, fascinante. Es dicha fascinación la que rige esta película.
Llinás es uno de los directores clave surgidos de la Universidad del Cine. Estudiante primero, profesor después, su nombre saltó a los titulares de la crítica con su obra magna Historias Extraordinarias (2008), película que conmocionó a festivales y público. Balnearios, su ópera prima, recoge ya muchas de sus obsesiones presentes en su obra posterior: la voz en off, la importancia del relato, el juego de tiempos, la libertad narrativa, la mezcla de géneros y, sobre todo, su amor incondicional por un cine entendido como terreno de juego y espacio creativo.
Esta es una de esas películas-ensayo compuesta por episodios, fragmentos, ideas, enumeraciones, archivos, memorias y ficciones que se mezclan con libertad absoluta.