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Hay cosas a las que no se puede prestar atención: las que van demasiado deprisa, las que van demasiado despacio, las que están demasiado lejos, las que están detrás de nosotros, las que son demasiado grandes, las que son demasiado pequeñas. Los humanos podemos prestar atención tan solo a las cosas que comparecen a escala antropométrica o, lo que es lo mismo, a la medida de nuestros cuerpos. ¿Qué ocurre hoy "a la medida de nuestros cuerpos"? Mucho me temo que la escala antropométrica ha sido abolida o, al menos, marginada de nuestras vidas, y ello no mediante los instrumentos de una ciencia que, más allá de nuestras narices, puede medir venturosamente la velocidad de la luz, reconstruir la formación de las montañas, alcanzar los confines del universo o desenredar un ADN. Eso es bueno y deseable. Tampoco por el regreso de Dios o por el triunfo social de la imaginación y sus solidaridades remotas. La escala antropométrica -la escala de la atención- ha sido socialmente abolida por un capitalismo altamente tecnologizado que deshace los cuerpos y sus vínculos por dos vias simultáneas: convirtiéndolos en imágenes y convirtiéndolos en sistemas (como diría Ivan Illich).
Lo que estamos perdiendo, en definitiva, es la "hipomené", término griego que la filosofa, militante y mística Simone Weil traducía como un estado de "espera atenta": mientras esperamos (el metro, a nuestro novio o la salvación) prestamos atención al mundo y sus objetos. El capitalismo postindustrial ha prohibido materialmente la hipomené, no permite las esperas y nos coloca siempre, por tanto, fuera del umbral de la atención. Ha prohibido -por así decirlo- el aburrimiento, que es (patafraseando a un gran autor barbudo) "la verdadera fuente de toda riqueza".
Hay cosas a las que no se puede prestar atención: las que van demasiado deprisa, las que van demasiado despacio, las que están demasiado lejos, las que están detrás de nosotros, las que son demasiado grandes, las que son demasiado pequeñas.