Chiara Marañón nos propone una serie de títulos que en su condición de road movies se complementan y por qué no, se contradicen
Si la road movie es un género o no, es algo que nos debería traer sin cuidado. La dificultad para ser catalogadas, enmarcadas en una tradición cuyo origen es cuanto menos elusivo, subraya la naturaleza escurridiza de estas películas, que parecería que tienen en común algo más allá de un literal vínculo con la carretera. Hablamos de películas que escapan, y que articulan esa huida adentrándose constantemente en terreno desconocido, películas que atraviesan sus propias coordenadas y son a su vez atravesadas por lo impredecible y lo extraordinario.
Hay algo mágico y liberador en la idea de potencialidad inherente al movimiento. En movimiento nada es concreto, todo muta y parece estar en el aire; la materialización de la realidad solo se produce cuando nos detenemos. Por eso las road movies, películas que existen en un estado de tránsito y no de permanencia, son un caso particular de comunión entre la construcción del relato y la naturaleza del medio; el cine desplegando su esencia de perpetua transformación, siendo reflejo de ese movimiento que es la base del registro fílmico, de esos emblemáticos 24 fotogramas por segundo.
Y si la normalidad queda en suspensión para dejar paso a lo extraordinario, y puesto que lo extraordinario no puede por definición devenir en normalidad, ¿son las road movies estudios sobre la finitud?
La respuesta puede estar en la particularidad de estas películas para tomar como núcleo una transición, una pseudo-temporalidad y un pseudo-espacio, es decir, los intersticios entre tiempos y espacios concretos, estableciendo así una supremacía del recorrido sobre el destino o el origen. Así pues, cuando ni el pasado ni el futuro importan, lo que nos queda es puro, inasible e infinito presente.
Con Carretera y Manta he querido recoger una serie de títulos que abordan estas y otras cuestiones desde distintos puntos de fuga, filmes que en su condición de road movies se complementan y por qué no, se contradicen. En todas ellas la figura de la carretera es un elemento central, y a la vez sólo un punto de partida o la coartada perfecta para orquestar una visión narrativa, inmiscuirse en otros géneros, o celebrar el exorcismo de contar historias.
Chiara Marañón